Recuerdo que, cuando yo iba a EGB, por allá los 80, había un chico en clase, Eugeni, a quien sin ningún tipo de duda hoy en día diríamos que le hacían bullying. Nunca ningún maestro nos dijo gran cosa sobre lo que pasaba (y os aseguro que pasaron cosas que solo pensarlas se me ponen los pelos de punta). Ya se sabe, decían, son cosa de niños.

Unos años antes, la maestra, intentaba que nos hiciéramos más con Margarita… y no sé el resto, pero a mí Margarita me costaba mucho porque hablaba tan flojito que no la oía. Y cuanto más me decían de estar con ella, menos sabía estar…

Más adelante, ya a COU, compartí grupo con Marta, con la que nadie quería sentarse porque, da incluso cosa decirlo, hacía mucho mal olor…

Es cierto que en los 80 las cosas eran bastante diferentes, pero hay cosas que no cambian. Entonces, igual que ahora, la situación de Eugeni no era «cosa de niños». La seguridad de Margarita no dependía de forzar su juego con las compañeras, ni la integración de Marta al nuevo grupo era tan sencilla como conseguir que alguien se sentara a su lado.

Los maestros de entonces habrían podido hacer muchas dinámicas para trabajar la cohesión de grupo y digo, sin miedo a equivocarme, que no habrían triunfado demasiado.

¿Por qué?

Pues porque el problema de Eugeni ni era de cohesión ni era un problema tan solo de Eugeni. La causa de la inseguridad de Margarita no estaba en el grupo, sino en una enfermedad degenerativa que sufría. Y la integración de Marta quizás habría sido diferente si se hubiera podido acompañar a su familia.

Podemos, si quieres, cambiar los nombres de los protagonistas y el síntoma: «Este grupo no es un grupo, ¡está lleno de grupitos!», «La María tiene un liderazgo que no siempre es positivo», «los de 5.º B siempre se están pinchando»… y así podríamos seguir, pero, por más larga que hiciéramos la lista, todavía podríamos decir lo mismo que con Eugeni, Margarita y Marta: el problema no se soluciona con una dinámica de cohesión. es decir, el problema no se soluciona tratando el síntoma sino acercándonos a la causa que lo ha originado.

¡Manos a la obra pues! ¿Qué hacemos con estos casos que nos vienen a la cabeza? ¿Cómo saber si una dinámica de cohesión es lo más adecuada o, al contrario, necesitamos otra cosa? Pues aplicando una herramienta sencilla y que todos tenemos al alcance: la observación.

¿Cómo son las relaciones de este niño (en el aula, en el patio, en casa, en las extraescolares)? Más allá de sus actitudes/comportamiento, ¿qué expresiones emocionales podemos observar? ¿Cómo se ve a sí mismo? ¿Se quiere? ¿Se valora? ¿Hemos hablado con la familia? ¿Qué información tienen los anteriores maestros? ¿Lleva alguna etiqueta este alumno?…

Planteémoslo como un juego

Hagámonos muchas preguntas y abramos muchas hipótesis, como si fuésemos detectives. Y al acabar preguntémonos: ¿qué es lo que necesita? ¿Cómo lo puedo acompañar yo, como maestra? ¿Cómo lo puede acompañar la escuela? ¿Qué habilidades necesitamos activar?…

Y, con todo esto, establecemos un plan de acción con unos objetivos pedagógicos y una temporalización, implicamos al resto de profesionales que entran al aula, a los monitores, a la familia. Vamos todos a una, unámonos para apoyar al niño o al grupo.

Quizás realmente una dinámica de cohesión es lo que más se aviene, pero quizás hay casos en que, antes de llegar, tendremos que pasar por otros lugares. En este caso necesitaremos más tiempo, pero habrá merecido la pena.

Un artículo de:

Anna Rallo.
Psicopedagoga. Técnica del Programa Komtü.

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